lunes, 30 de agosto de 2010

Cuentos de fútbol


Dejo el tema habitual de este blog para compartirles uno de los mejores relatos del genial humorista argentino, Roberto Negro Fontanarrosa. Cuando no, hablando de fútbol directamente. Disfruten.

Sí yo sé que ahora hay quienes dicen que fuimos unos hijos de puta por
lo que hicimos con el viejo Casale, yo sé. Nunca falta gente así. Pero
ahora es fácil decirlo, ahora es fácil. Pero habla que estar esos días
en Rosario para entender el fato, mi viejo, que hablar al pedo ahora
habla cualquiera.

Yo no sé si vos te acordás lo que era Rosario en esos días anteriores
al partido. ¡Y qué te digo “esos días”! ¡Desde semanas antes ya se
venía hablando, del partido y la ciudad era una caldera, porque eso era
lo que era la ciudad! Claro, los que ahora hablan son esos turros que
después vos los veías por la calle gritando y saltando como unos
desgraciados, festejando en pedo a los gritos y después ahora te salen
con que son...

¿qué son?... moralistas... ¿De qué se la tiran, hijos de mil putas?
Ahora son todos piolas, es muy fácil hablar. Pero si vos vieras lo que
era la ciudad en esos días, hennano, prendías un fósforo y volaba todo
a la mierda. No se hablaba de otra cosa en los boliches, en la calle,
en cualquier parte. Saltaban chispas, te aseguro. Y la cosa arrancó con
el fato de las cábalas. O mejor dicho, de los maleficios.

—Hay que entender que no era un partido cualquiera, hermano, era una
final final. Porque si bien era una semifinal, el que ganaba después
venía a jugar a Rosario y le rompía el culo a cualquiera. Fuera Central
como Ñul, acá le hacía la fiesta a cualquiera. ¡Y cómo estaban los
lepra! ¡Eso, eso tendrían que acordarse ahora los que hablan al
reverendo pedo y nos vienen a romper las pelotas con el asunto del
viejo Casale! ¿No se acuerdan esos turros cómo estaban los lepra? ¿No
se acuerdan ahora, mi viejo? Había que aguantarlos porque se corrían
una fija, pero una fija se corrían, hermano, que hasta creo que se
pensaban que nos iban a llenar la canasta. No que sólo nos iban a hacer
la colita sino que además nos iban a meter cinco, en el Monumental y
para latelevisión. ¡Pero por qué no se van a la concha de su madre!
¡Qué mierda nos van a hacer cinco esos culosroto! ¡Así se la comieron
doblada! ¡Qué pija que tienen desde ese día y no se la pueden sacar!

Pero la verdad, la verdad, hermano, con una mano en el corazón, que
tenían un equipazo, pero un equipazo, de padre y señor mío.

Hay que reconocerlo. Porque jugaban que daba gusto, el buen toque y te
abrochaban bien abrochado. Estaba Zanabria, el Marito Zanabria; el Mono
Obberti ¡Dios querido, el Mono Obberti, qué jugador! Silva el que era
de Lanús, el albañil. ¡Montes! Montes de cinco; Santamaría el Cucurucho
Santamaría, qué sé yo, era un equipazo, un equipazo hay que reconocer,
y la lepra se corría una fija. ¿Sabés cuántos había en la ruta a Buenos
Aires, el día del partido? Yo no sé, eran miles, millones, yo no sé de
dónde habían salido tantos leprosos. Si son cuatro locos y de golpe,
para ese partido, aparecieron como hormigas los desgraciados. Todos
fueron. ¡Lo que era esa ruta, papito querido! Entonces, oíme, había que
recurrir a cualquier cosa. Hay partidos que no podés perder, tenés que
ganar o ganar.
No hay tutía. Entonces si a mí me decían que tenía que matar a mi
vieja, que había que hacer cagar al presidente Kennedy, me daba lo
mismo, hermano.

Hay partidos que no se pueden perder. ¿Y qué? ¿Te vas a dejar basurear
por estos soretes para que te refrieguen después la bandera por la jeta
toda la vida? No, mi viejo. Entonces, ahí, hay que recurrir a cualquier
cosa. Es como cuando tenés un pariente enfermo ¿viste? tu vieja, por
ejemplo, que por ahí sos capaz hasta de ir a la iglesia ¿viste? Y te
digo, yo esa vez no fui a la iglesia, no fui a la iglesia porque te
juro que no se me ocurrió, mirá vos, que si no... te aseguro que me
confesaba y todo si servía para algo. Pero con los muchachos
enganchamos con la cuestión de las brujerías, de la ruda macho, de
enterrar un sapo detrás del arco de Fenoy, de tirar sal en la puerta de
los jugadores de Ñubel y de todas esas cosas que siempre se habla. Por
supuesto que todas las brujas del barrio ya estaban laburando en la
cosa y había muñecos con camiseta de Ñubel clavados con alfileres,
maldiciones pedidas por teléfono y hasta mi vieja que no manya mucho
del asunto tenía un pañuelo atado desde hacía como diez días, de ésos
de “Pilato, Pilato, si no gana Central en River no te desato”. Después
la vieja decía que habíamos ganado por ella, pobre vieja, si hubiera
sabido lo del viejo Casale, pero yo le decía que sí para no
desilusionarla a la vieja.

Pero todo el fato de la ruda macho y el sapo de atrás del arco eran,
qué sé yo, cosas muy generales, ya había tipos que lo estaban haciendo
y además, el partido era en el Monumental y no te vas a meter en la
pista olímpica a enterrar un sapo porque vas en cana con treinta
cadenas y no te saca ni Dios después, hermano. Entonces, me acuerdo que
empezamos con la cosa de las cábalas personales. Porque me acuerdo que
estábamos en el boliche de Pedro y veníamos hablando de eso. Entonces,
por ejemplo, resolvimos que a Buenos Aires íbamos a ir en el auto del
Dani porque era el auto con el que habíamos ido una vez a La Plata en
un partido contra Estudiantes y que habíamos ganado dos a cero. Yo iba
a llevar, por supuesto, el gorrito que venía llevando a la cancha todos
los últimos partidos y no me había fallado nunca el gorrito. A ése lo
iba a llevar, era un gorrito milagroso ése.El Coqui iba a ir con el
reloj cambiando de lugar, o sea en la muñeca derecha y no en la
izquierda, porque en un partido contra no sé quién se lo había cambiado
en el medio tiempo porque íbamos perdiendo y con eso empatamos.o sea,
todo el mundo repasó todas las cábalas posibles como para ir bien de
bien y no dejar ningún detalle suelto. te digo más, estuvimos parados
en la tribuna en el partido contra Atlanta para pararnos de la misma
manera en el partido contra la lepra el boludo de michi decía que él
había estado detrás del Valija y el Miguelito porfiaba que el que había
estado detrás del Valija era él. Mirá vos, hasta eso estudiamos antes
del partido, para que veas cómo venía la mano en esos días. ¿Y sabés
qué te lleva a eso, hermano, sabés qué te lleva a eso? El cagazo,
hermano, el cagazo, el cagazo te lleva a hacer cualquier cosa, como lo
que hicimos con el viejo Casale.

Porque si llegábamos a perder, mamita querida, nos teníamos que ir de
la ciudad, mi viejo, nos teníamos que refugiar en el extranjero, te
juro, no podíamos volver nunca más acá. Íbamos a perecer esos
refugiados camboyanos que se tomaron el piro en una balsa. Te juro que
si perdíamos nosotros agarrábamos el “Ciudad de Rosario” y por acá, por
el Paraná, nos teníamos que ir todos, millones de canallas, no sé, a
Diamante, a Perú, a Cuzco, a la concha de su madre, pero acá no se iba
a poder vivir nunca más con la cargada de los leprosos putos, mí viejo.
Ya el Miguelito había dicho bien claro que él se la daba, que si
perdíamos agarraba un bufo y se volaba la sabiola y te digo que el
Miguelito es capaz de eso y mucho más porque es loco el Miguelito, así
que había que creerle. O hacerse puto, no sé quién había comentado la
posibilidad de hacerse trolo y a otra cosa mariposa, darle a las plumas
y salir vestido de loca por Pellegrini y no volver nunca más a la casa.
Pero, te digo, nadie quería ni siquiera sentir hablar de esa
Posibilidad. Ni se nombraba la palabra “derrota”.

Era como cuando se habla del cáncer, hermano. Vos ves que por ahí te
dicen “la papa”, o “tiene otra cosa”, “algo malo”, pero el cangrejo, mi
viejo, no te lo nombra nadie. Y ahí fue cuando sale a relucir lo del
viejo Casale. El viejo Casale era el viejo del Cabezón Casale, un pibe
que siempre venía al boliche y que durante años vino a la cancha con
nosotros pero que ya para ese entonces se había ido a vivir al norte, a
Salta creo, lo vi hace poco por acá, que estaba de paso. Y ahí fue que
nos acordamos de que un día, en la casa del Cabezón, el viejo había
dicho que él nunca, pero nunca, lo había visto perder a Central contra
Ñul. Me acuerdo que nos había impresionado porque ese tipo era un
privilegiado del destino. Aunque al principio vos te preguntas, “¿Cómo
carajo hizo este tipo pata no verlo perder nunca a Central contra Ñul?
¿Qué mierda hizo? Este coso no va nunca a la cancha”. Porque, oíme
alguna vez lo tuviste que ver perder, a menos que no vayás a. los
clásicos. Y ojo que yo conozco muchos así, que se borran bien borrados
de los clásicos. O que van en Arroyito, pero que a la cancha del Parque
no van en la puta vida. Y me acuerdo que le preguntarlos eso al viejo y
el viejo nos dijo que no, y nos explicó. El iba siempre, un fana de
Central que ni te cuento, pero se había dado, qué sé yo, una serie de
casualidades que hicieron que en un montón de partidos con Ñul él no
pudiera ir por un montón de causas que ni me acuerdo. Que estaba de
viaje por Misiones —el viejo era comisionista—; que ese día se había
torcido un tobillo y no podía caminar, que estaba engripado, que le
dolía un huevo, qué sé yo, en fin, la verdad, hermano— que el viejo la
posta posta era que nunca le había tocado ver un partido en que la
lepra nos hubiera roto el orto. Era un privilegiado el viejo y además,
un talismán, querido, porque así como hay tipos mufa que te hacen
perder partidos adonde vayan, hay otros que si vos los llevás es número
puesto que tu equipo gana. No es joda. Y el viejo Casale era uno de
éstos, de los ojetudos.

Entonces ahí nos dijimos “Este viejo tiene que estar en el Monumental
contra Ñubel. No puede ser de otra forma. Tiene que estar”... Claro,
dijimos, seguro que va a estar, si es fana de Central, canalla a
muerte.

Pero nos agarró como la duda viste? porque nosotros no era que lo
veíamos todos los días al viejo, te digo más, desde que el Cabezón se
había ido al norte a laburar, al viejo de él no lo habíamos vuelto a
ver ni en la cancha, ni en la calle ni en ninguna parte. Además, el
viejo ya estaba bastante veterano porque debía tener como ochenta
pirulos por ese entonces.
Bah, en realidad ochenta no, pero sus sesenta, sesenta y cinco años los
tenía por debajo de las patas.

Entonces, con el Valija, el Colorado y el Miguelito decimos “vamos a la
casa del viejo a asegurarnos que va y si no va lo llevamos atado”.
Porque también podía ser que el viejo no fuera porque no tuviera guita,
qué sé yo.

Nosotros ya habíamos pensado en hacer una rifa a beneficio, una
kermesse, cualquier cosa. El viejo tenía que ir, era una bandera, un
cheque al portador. La cuestión es que vamos a la casa y... ¿a qué no
sabés con lo que nos sale el viejo? Que andaba mal del bobo y que el
médico le había prohibido terminantemente ir a la cancha, mirá vos. Nos
sale con eso. Que no. Que había tenido un infarto en no sé qué partido,
en un partido de mierda después que una pelota pegó en un palo, que
había estado muerto como media hora y lo habían salvado entre los
indios con respiración artificial y masajes en el cuore, que no había
clavado la guampa de puro pedo y que le había quedado tal cagazo que no
había vuelto a ir a la cancha desde hacía ya, mirá lo que te digo, dos
años.

¡Hacía dos años que no iba a la cancha el viejo ese! Y no era sólo que
él no quería ir sino que el médico y, por supuesto, la familia, le
tenían terminantemente prohibido ir, lógicamente. No sé si no le
prohibían incluso escuchar los partidos por radio, no sé si no se lo
prohibían, para que no le pateara el bobo, porque parece que el viejo
escuchaba un pedo demasiado fuerte y se moría, tan jodido andaba. Vos
le hacías ¡Uh! en la cara y el viejo partía. ¡Para qué! Te imaginás
nosotros, la desesperación, porque eso era como un presagio, un anuncio
del infierno, hermano, era un preanuncio de que nos iban a hacer cagar
en Buenos Aires, mi viejo. Entonces empezamos a tratar de hacerle la
croqueta al viejo, a convencerlo, a decirle “Pero mire, don Casale,
usted tiene que estar, es una cita de honor. ¡Qué va a estar mal usted
del cuore, si se lo ve cero kilómetro! Vamos, don Casale —me acuerdo
que lo jodía Miguelito— ¿cuántos polvos se echa por día? usted está
hecho un toro”. Pero el viejo, ni mierda, en la suya. Que no y que no.

Le decíamos que el partido iba a ser una joda, que Ñubel tenía un
equipo de mierda y que ya a los quince minutos íbamos a estar tres a
cero arriba, que el partido era una mera formalidad, que el gobierno ya
había decidido que tenía que ganar Central para hacer feliz a mayor
cantidad de gente. No sé, no sé la cantidad de boludeces que le dijimos
al viejo para convencerlo.
Pero el viejo nada, una piedra el hijo de puta. Para colmo ya habían
empezado a rondar la mujer del viejo, madre del Cabezón, y una hermana
del Cabezón, que querían saber qué carajo queríamos decirle nosotros al
vicio en esa reunión, porque medio que ya se sospechaban que nosotros
no íbamos para nada bueno. En resumen que el viejo nos dijo que no, que
ni loco, que ni siquiera sabía si iba apoder resistir la tensión de
saber que se jugaba el partido, aun sin escucharlo. Porque el viejo los
diarios los leía, tan boludo no era, y sabía cómo venía la mano, cómo
era la cosa, cómo formaban los equipos, suplentes, historial,
antecedentes, chaquetillas, color, todo.
Nos dijo más. “Ese día —nos dijo— bien temprano, antes de que empiecen
a pasar los camiones y los ómnibus con la gente yendo para Buenos
Aires, yo me voy a la quinta de un hermano mío que vive en Villa
Diego”. No quería escuchar ni los bocinazos el viejo. “Me voy
tempranito a lo de mi hermano, que a mi hermano le importa un sorete el
fútbol, y me paso el día ahí, sin escuchar radio ni nada”. Porque el
viejo decía y tenla razón, que si se quedaba en la casa, por más que se
encerrara en un ropero, algo iba a oír, algún grito, algún gol, alguna
cosa iba a oír, pobre desgraciado, y se iba a quedar ahí mismo seco en
el lugar. Así que se iba a ir a radicar en la quinta de ese hermano que
tenía, para borrarse del asunto.

Muy bien, muy bien. Te digo que salimos de allí hechos bosta porque
veíamos que la cosa venía muy mal. Casi era ya un dato seguro como para
decir que éramos boleta. Para colmo, al Valija, el día anterior le
había caído una tía del campo y él se acordaba que, en un partido que
perdimos con San Lorenzo, esa misma tía le había venido el día antes.
Era un presagio funesto el de la tía.

Fue cuando decidimos lo del secuestro. Nos fuimos al boliche y esa
noche lo charlamos muy seriamente. El Dani decía que no, que era una
barbaridad, que el viejo se nos iba a morir en el viaje, o en la
cancha, y después se iba a armar un quilombo que íbamos a terminar
todos en cana y que, además, eso sería casi un asesinato. Pero al Dani
mucha bola no le dimos porque ha sido siempre un exagerado y más que un
exagerado, medio cagón el Dani. Pero nosotros estábamos bien decididos
y más que nada por una cosa que dijo el
Valija: el viejo estaba diez puntos. Había tenido un infarto, es
cierto.
Pero hay miles de tipos que han tenido un infarto y vos los ves
caminando tranquilamente por la yeca y sin hacer tanto quilombo como
este viejo pelotudo, con eso de meterse adentro de un ropero, o no ir a
la cancha, o dejar que te rigoree la familia como la esposa y la otra,
la hermana del Cabezón. Por otra parte, y vos lo sabés, los médicos son
unos turros pero unos turros que se ve que lo querían hacer durar al
viejo mil años para sacarle guita, hacerle experimentos y chuparle la
sangre. Y además, como decía el Miguelito y eso era cierto, vos lo
veías al viejo y estaba fenómeno. Con casi sesenta afios no te digo que
parecía un pendejo pero andaba lo más bien. Caminaba, hablaba, se
sentaba, qué sé yo, se movía.
¡Chupaba! Porque a nosotros nos convidó con Cinzano y el viejo se mandó
su medidita, no te digo un vasazo pero su medidita se mandó. La cosa es
que el Miguelito elaboró una teoría que te digo, aún hoy, no me parece
descabellada. ¡El viejo era un curro, hermano! Un turrazo que
especulaba con el fato del bobo para pasarla bien y no laburarla nunca
más en la vida de Dios. Con el sover del bobo no ponía el lomo, lo
atendían a cuerpo de rey y —la tenía a la vieja y a la hermana del
Cabezón pendientes de él —viviendo como un bacan, el viejo. Y... ¿de
qué se privaba? De algún faso; que no sé si no fasearía escondido; y de
no ir a—la cancha. Fijate vos, eso era todo. Y vivía como Carolina de
Mónaco el otario. Bueno, con ese argumento y lo que dijo el Colorado se
resolvió todo.

El Colorado nos habló de los grandes ideales, de nuestra misión frente
a la sociedad, de nuestro deber frente a las generaciones posteriores,
los pendejos. Nos dijo que si ese partido se perdía, miles y miles de
pendejos iban a sufrir las consecuencias. Que, para nosotros y eso era
verdad, iba a ser muy duro, pero que nosotros ya estábamos jugados, que
habíamos tenido lo nuestro y que, de últimas, teníamos experiencias en
malos ratos y fulerías. Pero los pibes, los pendejitos de Central,
ésos, iban a tener de por vida una marca en sus vidas que los iba a
marcar para siempre, como un fierro caliente. Que las cargadas que iban
a recibir esos pibes, esas criaturas, en la escuela, los iban a
destrozar, les iban a pudrir el bocho para siempre, iban a ser una o
dos generaciones de tipos hechos bolsa, disminuidos ante los leprosos,
temerosos de salir a la calle o mostrarse en público. Y eso es verdad,
hermano, porque yo me acuerdo lo que eran las cargadas en la escuela
primaria, sobre todo.

Yo me acuerdo cuándo perdimos cinco a tres con la lepra en el Parque
después de ir ganando dos a cero, cuando se vendió el Colorado
Bertoldi, que todavía se estará gastando la guita, y te juro que yo por
una semana no me pude levantar de la cama porque no me atrevía a ir a
la escuela para no bancarme la cargada de los lepra. Los pibes son muy
hijos de puta para la cargada, son muy crueles. ¿No viste cómo
descuartizan bichos, que agarran una langosta y le sacan todas las
patas? Son unos hijos de puta los pibes en ese sentido. Y lo que decía
el Colorado era verdad. Ahora todo el mundo habla de la deuda externa,
y bueno, hermano, eso era algo así como lo de la deuda externa, que por
la cagada de cuatro reverendos hijos de puta que empeñaron el país, la
tenemos que pagar todos y los hijos y los hijos de nuestros hijos. Y si
estaba en nosotros hacer algo para que eso no pasara, había que
hacerlo, mi querido. Además, como decía el Colorado, ya no era el
problema de la cargada de los pendejos futbolistas, está también el
fato del exitismo. Los pibes ven que gana un equipo y se hacen hinchas
de ese equipo, son así, casquivanos. Son hinchas del campeón. Entonces,
ponele que hubiese ganado Ñubel y... ¡a la mierda! ... de ahí en más
todos los pibes se hacían de Ñubel, ponele la firma. Y no te vale de
nada llevarlos a la cancha, conversarlos, hablarles del Gitano Juárez o
el Flaco Menotti, ni comprarles la camiseta de Central apenas nacen. No
te vale de nada. Los pendejos ven que sale River campeón y son de
River. Son así. Y en ese momento no era como ahora que, mal que mal,
vos los llevás al Gigante y los pibes se caen de culo. Entonces, cuando
van al chiquero del Parque, por mejor equipo que pueda tener Ñul, los
pibes piensan “Yo no puedo ser hincha de esta villa miseria” y se hacen
de Central. Porque todo entra por los ojos y vos ves que ahora los
pibes por ahí ni siquiera han visto jugar a Central o a Ñul y ya se
hacen hinchas de Central por el estadio. Es otra época, los pendejos
son más materialistas, yo no sé si es la televisión o qué, pero la cosa
es que se van de boca con los edificios.

Entonces la cosa estaba clara, había que secuestrar al viejo Casale, o
sino aguantarse que quince, veinte años depués, hoy por ejemplo, la
ciudad estuviese llena de lepra sos nacidos después de ese partido, y
esto hoy ¿sabés lo que sería? Beirut sería un poroto al lado de esto,
hermano te juro.

El que organizó la “Operación Eichmann”, como lo llamamos, fue el
Colorado.
La llamamos así por ese general aleman, el torturador, que se chorearon
de acá una vez los judíos ¿viste? y lo nuestro era más o menos lo
mismo. El Colorado es un tipo muy cerebral, que le carbura muy bien el
bocho y él organizó todo. El Colorado ya no estaba par ese entonces en
la O.C.A.L.. La O.C.A.L., no sé si sabés es una organización de acá, de
Rosario, que se llama así porque son iniciales, O.C.A.L “Organización
Canalla Anti Lepra”.
Son un grupo de ñatos como el Ku-Klux-Klan, más o menos, que se reúnen
en reuniones secretas y no sé si no van con capucha y todo a las
reuniones, o si queman algún leproso vivo en cada reunión. Mirá yo no
sé si es requisito indispensable ser hincha de Central, pero seguro
seguro, lo que tenés que hacer es odiar a los lepra. Tenés que odiar
más a los lepra que lo que querés a Central.

Hacen reuniones, escriben el libro de actas, piensar maldades contra
los lepra, festejan fechas patrias de partidos que les hemos ganado,
tienen himnos, son como esos tipos los masones esos, que nadie sabe
quiénes son.
Andan con antorchas. Bueno, de la O.C.A.L., de la O.C.A.L. al Colorado
lo echaron por fanático, con eso te digo todo pero es un bocho el
Colorado y él fue el que organizó todo el operativo.

Y te la cuento porque es linda, te la cuento porque es linda, no sé si
un día de estos no aparece en el “Selecciones” y todo. Averiguamos qué
ómnibus iba para Villa Diego, adonde tenía la quinta el hermano del
viejo Casale.
Desde donde vivía el viejo, ahí por San Juan al mil cuatro cientos, lo
único que lo dejaba en ese entonces, si mal no recuerdo, era el 305 que
pasaba por la calle San Luis. O sea que el viejo tenía que tomarlo en
San Luis-Paraguay o San Luis-Corrientes, no más allá de eso a menos que
fuera muy pelotudo y lo fuera a tomar a Bulevar Oroño que no sé para
qué mierda iba a hacer eso. Ahora, la. duda era si el viejo se iba a ir
en ómnibus o en auto, porque si se iba en auto nos recagaba, pero nos
jugábamos a que se iba a ir en ómnibus porque auto no tenía y seguro
que el hermano tampoco tenía porque debía ser un muerto de hambre como
él, seguramente. Y te digo que la cosa venía perfecta, porque el viejo
nos había dicho que iba a salir bien temprano para no infartarse con
las bocinas o sea que nosotros podíamos combinarlo con el horario de
salida nuestra para el partido.
Porque también nos cagaba si salía a la una de la tarde para Villa
Diego porque después ¿cómo llegábamos nosotros a Buenos Aires para la
hora del partido con el quilombo que era la ruta y en un ómnibus de
línea? Lo más probable es que nos hiciéramos pelota en el camino por ir
a los pedos. Y por otra parte, hermano, Villa Diego queda saliendo para
Buenos Aires o sea que la cosa estaba clavada, era posta posta.

Después hubo que hablar con los otros muchachos, porqu e convencer al
Rulo no nos costó nada, a él le daba lo mismo y, además, le contamos
los entretelones del asunto. Te digo que el Colora manejó la cosa como
un capo, un maestro. El asunto era así, el Rulo es un fana amigo de
Central que tiene un par de ómnibus, está muy bien el Rulo. Y en esa
época tenía un par de coches en la línea 305. Fue un ojete así de
grande, porque si no teníamos que conseguir otro coche, cambiarle el
color, pintarlo, qué sé yo, ponerle el número, un laburo bárbaro. Pero
el Rulo tenía dos 305 y con uno de ésos ya tenía pensado pirarse para
el Monumental el día del partido y más bien que se llevaba como mil
monos que también iban para allá. Lo sacaba de servicio y que se fueran
todos a la reputísima madre que los parió, no iba a perderse el partido
ese.

Entonces, el Rulo, con los monos arriba Y nosotros, tenía que estar con
el ómnibus preparado, el motor en marcha, por España, estacionado. Y el
Miguelito se ponía de guardia, tomando un café, justo en un boliche de
ahí cerca desde donde veían la puerta de la casa del viejo Casale. Creo
que a las cinco, nomás, de la matina, ya estaba el Miguelito apostado
en el boliche haciéndose el boludo y junando para la casa del viejo. Te
juro que ni los tupamaros hubieran hecho un operativo como ése,
hermano. Fue una maravilla.

Apenas vio que salía el viejo con una canastita donde seguro se llevaba
algún matambre casero, algo de eso, el pobre viejo, el Miguelito cazó
una Vespa que tenía en ese entonces, dio la vuelta a la manzana y nos
avisó.
Cargó la moto en el ómnibus, en la parte de atrás, detrás de los
últimos asientos y nos pusimos en marcha.

Ya les habíamos dicho a tres o cuatro pendejos, de esos quilomberos de
la barra, que se hicieran bien los sotas, que no dijeran ni media
palabra y se hicieran los que apoliyaban. Nosotros también, para que no
nos reconociera el viejo, estábamos en los asientos traseros,
haciéndonos los dormido, incluso con la cara tapada con algún pulover,
como si nos jodiera la luz, o con algún piloto.

Te digo que el día había amanecido frío y lluvioso, como la otra fecha
patria, el 25 de Mayo. Además, el quilombo había sido guardar y
esconder todas las banderas, las cornetas, las bolsas con papelitos,
los termos, todo eso. Uno de los muchachos llevaba una bandera de la
gran puta que medía 52 metros ¡52 metros, loco! Media cuadra de bandera
que decía “Empalme Graneros presente” y tuvimos que meterla debajo de
un asiento para que el. viejardo no la vichara.

La cosa es que el viejo subió medio dormido y se sentó en uno de los
asientos de adelante que ya habíamos dejado libre a propósito para que
no viera mucho del ómnibus. Rulo le cobró boleto y todo. Y nadie se
hablaba como si no nos conociéramos. Y como el ómnibus iba haciendo el
recorrido normal, el viejo iba lo más piola, mirando por la ventanilla.
La cuestión es que llegamos a Villa Diego y el viejo tranquilo. Cada
tanto, cuando nos pasaba algún auto con banderas en el techo, tocando
bocina, el viejo miraba a los que tenía cerca y movía la cabeza como
diciendo “¡Mirá vos!”.

Se ve que tenía unas ganas de hablar pero nadie quería darle mucha bola
para no pisarse en una de ésas. Así que nos hacíamos todos los
dormidos.
Parecía que habían tirado un gas adentro de ese ómnibus hermano. Como
cuando se muere algún ñato ¿viste? que se queda a apoliyar en el auto
con el motor prendido y lo hace cagar el monóxido de carbono, creo.
Bueno, así parecía que a nosotros nos había agarrado el monóxido de
carbono. Pero, cuando llegamos a Villa Diego, por ahí el viejo se
levanta y le dice al Rulo “En la esquina, jefe.”. Y yo no sé qué le
dijo el Rulo, algo de que ahí no se podía parar, que estaba cerrado el
tráfico, que había que seguir un poco más adelante y el viejo se la
comió, pero se quedó paradito al lado de la puerta. Al rato, por
supuesto, de nuevo el viejo, “En la esquina”.
Ahí ya el Rulo nos miró, porque se le habían acabado los versos. Y ahí,
hermano... ¡vos no sabés lo que fue eso! Fue como si nos hubiésemos
puesto todos de acuerdo y te juro que ni siquiera lo habíamos hablado.
Empezaron los muchachos a desplegar las banderas, a sacar las cornetas
y las banderas por la ventana, y a los gritos, hermano, “¡Soy canalla,
soy canalla!” por las ventanas.

Pero no para el lado del viejo, el pobre viejo, que la cara que puso no
te la puedo describir con palabras, sino para afuera, porque los
grones, con lo quilomberos que son, se habían ido aguantando hasta ahí
sin gritar ni armar quilombo para no deschavarse con el viejo, pero
cuando llegó el momento agarraron las banderas, empezaron a sacar los
brazos y golpear las chapas del costado del ómnibus y también el Rulo
empezó a seguir el ritmo con la bocina.

¿Viste esas películas de cowboy, cuando los choros van a asaltar una
carreta donde parece que no hay nadie, o que la maneja nada más que un
par de jovatos y de golpe se abren los costados y aparecen 17.000
soldados que los cagan a tiros? ¿Que levantan la lona y estaban todos
adentro haciéndose los sotas? Bueno, ese ómnibus debió ser algo así. De
golpe se transfonnó en un quilombo, un escándalo, una de gritos, de
bocinazos, cornetas, una joda.
¡Y la gente al lado de la ruta! Porque desde la madrugada ya había
gente a los costados de la ruta esperando que pasaran las caravanas de
hinchas. Era para llorar, eso, conmovedor, te saludaban, gritaban,
levantaban los puños, por ahí algún lepra, a las perdidas, te tiraba un
cascotazo... Pero vuelvo al viejo, el viejo, no sabés la caripela que
puso. Porque nosotros lo estábamos mirando porque decíamos: éste es el
momento crucial. Ahí el viejo o cagaba la fruta, el corazón se le hacía
bosta, o salía adelante. El viejo miraba para atrás, a todos los monos
que saltaban y cantaban y no lo podía creer. Se volvió a sentar y creo
que hasta San Nicolás no volvió a articular palabra. Te digo que el
Rábano, el hijo de la Nancy ya se había ofrecido a hacerle respiración
boca a boca llegado el caso, que era algo a lo que todos, mal que mal,
le habíamos esquivado el bulto porque, qué sé yo, te da un poco de
asco, además con un viejo.

Pero mirá, te la hago corta. Mirá, cuando el viejo ya vio que no había
arreglo, que no había posibilidad de que lo dejáramos bajar del
ómnibus, se entregó, pero se entregó entregó. Porque, al principio,
nosotros nos acercamos y nos reputeó, nos dijo que éramos unos
irresponsables, unos asesinos, que no teníamos conciencia, que era
una,verguenza, qué sé yo todo lo que nos dijo. Pero después, cuando
nosotros le dijimos que él estaba perfecto, que estaba hecho un toro,
que si se había bancado la sorpresa del ómnibus quería decir que ese
cuore se podía bancar cualquier cosa, empezó a tranquilizarse. El
Colorado llegó a decirle que todo era una maniobra nuestra para
demostrarle que él estaba perfectamente sano y que incluso el médico
estaba implicado en la cosa.

Mirá hermano, y creéme porque es la pura verdad ¿qué intención puedo
tener en mentirte, hoy por hoy? mucho antes ya de entrar en Buenos
Aires ese viejo era el más feliz de los mortales, te lo digo yo y te lo
juro por la salud de mis lujos. El viejo cantaba, puteaba, chupaba
mate, comía facturas, gritaba por la ventana y a la cancha se bajó
envuelto en una bandera. No había, en la hinchada, un tipo más feliz
que él. Vino con nosotros a la popu y se bancó toda la espera del
partido, que fue más larga que la puta que lo parió y después se bancó
el partido. Estaba verde, eso si, y había momentos en que parecía que
vos lo pinchabas con un alfiler y reventaba como un sapo, porque yo lo
relojeaba a cada momento. Y después del gol del Aldo, yo lo busqué, lo
busqué porque fue tal el quilombo y el desparramo cuando el Aldo la
mandó adentro que yo ni sé por dónde fuimos a caer entre las avalanchas
y los abrazos y los desmayos y esas cosas. Pero después miré para el
lado del viejo y lo vi abrazado a un grandote en musculoso casi trepado
arriba del grandote, llorando. Y ahí me dije: si éste no se murió aquí,
no se muere más. Es inmortal. Y después ni me acordé más del viejo, que
lo que alambramos, lo que cortamos clavos, los fierros que cortamos con
el upite, hermano, ni te la cuento. Eso no se puede relatar, hermano,
porque rezábamos, nos dábamos vueltas, había gente que se sentaba entre
todo ese quilombo porque no quería ni mirar. Porque nos cagaron a
pelotazos, ya el segundo tiempo era una cosa que la tenían siempre
ellos y ¿sabés qué era lo fulero, lo terrible? ¡Qué si nos empataban
nos ganaban, hermano, porque ésa es la justa! ¡Nos ganaban esos hijos
de puta! ¡Nos empataban, íbamos a un suplementario y ahí nos iban a
hacer refocilar el orto porque estaban más enteros y se venían como un
malón los guachos! ¡Qué manera de alambrar! Decí que ese día, Dios
querido, yo no sé que tenía el flaco Menutti que sacó cualquier cosa,
sacó todo, vos no quieras creer lo que sacó ese día ese flaco enclenque
que parecía que se rompía a pedazos en cada centro. Le sacó un cabezazo
de pique al suelo a Silva que lo vimos todos adentro, hermano, que era
para ir todos en procesión y besarle el culo al flaco ése ¡qué pelota
le sacó a Silva! Ahí nos infartamos todos, faltaban cinco minutos y si
nos empataban, te repito, éramos boleta en el suplementario. Me acuerdo
que miro para atrás y lo veo al viejo, blanco, pálido, con los ojos
desencajados, pobrecito, pero vivo.

Y ahora yo te digo, te digo y me gustaría que me contesten todos esos
que ahora dicen que fue una hijaputez lo que hicimos con el viejo
Casale ese día. Me gustaría que alguno de esos turritos me contestara
si alguno de ellos lo vio como lo vi yo al viejo Casale cuando el
referí dio por terminado el partido, hermano. Que alguno me diga si, de
puta casualidad, lo vio al viejo Casale como lo vi yo cuando el referí
dio por terminado el partido y la cancha era un infierno que no se
puede describir en palabras. Te digo que me gustaría que alguien me
diga si alguien lo vio como lo vi yo. ¡La cara de felicidad de ese
viejo, hermano, la locura de alegría en la cara de ese viejo! ¡Que
alguien me diga si lo vio llorar abrazado a todos como lo vi llorar yo
a ese viejo, que te puedo asegurar que ese día fue para ese viejo el
día más feliz de su vida, pero lejos lejos el día más feliz de su vida,
porque te juro que la alegría que tenía ese viejo era algo
impresionante! Y cuando lo vi caerse al suelo como fulminado por un
rayo, porque quedó seco el pobre viejo, un poco que todos pensamos;
“¡qué importa!” ¡Qué más quería que morir así ese hombre! ¡Esa es la
manera de morir para un canalla! ¿Iba a seguir viviendo? ¿Para qué?
¿Para vivir dos o tres años rasposos más, así como estaba viviendo,
adentro de un ropero, basureado por la esposa y toda la familia? ¡Más
vale morirse así, hermano!
Se murió saltando, feliz, abrazado a los muchachos, al aire libre, con
la alegría de haberle roto el orto a la lepra por el resto de los
siglos! ¡Así se tenía que morir, que hasta lo envidio, hermano, te
juro, lo envidio!
¡Porque si uno pudiera elegir la manera de morir, yo elijo ésa,
hermano! Yo elijo ésa.

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